Título: Plan B
Autor: Lilith
Pairing: Ueda Tatsuya + Nishikido Ryo + OC
Fandom: KAT-TUN + Kanjani8
Tipo: Fic x Cap (4/4 Terminado)
Género: Shonen-Ai / Angs / Romance / Escolar / AU /
17/05/14
N/A: Sería como genial si escucharan la canción que inspiro el fic en el capítulo 4 cuando Ryo se sube al escenario en el Festival Escolar ^^b Para hacerlo, sólo deben dar click al nombre de la canción junto a la notita musical.
To: Todas las fans que odian el RyoDa porque dicen que Ryo siempre es un bruto con Ueda y que su relación sólo es sexo DoSM. En especial a Tawsuna-sensei que dice que por eso no le gusta y prefiere el MaruDa XD
PARTE 2: El Príncipe que no sabía darse por vencido.
Me sentía como la más inservible de las basuras.
Había pasado por todo eso y… ¿qué había logrado?... Nada.
Había pasado por todo eso y… ¿qué había logrado?... Nada.
Simplemente me había arrancado yo sólo las alas.
Tan inútil como una mariposa que ya no puede volar. Un gusano destinado a morir.
Tan inútil como una mariposa que ya no puede volar. Un gusano destinado a morir.
Había ido directamente a la telaraña, sabiendo que lo único que podría
encontrar ahí sería dolor y muerte, y aun así, ahí estaba, tocando la maldita
puerta verde en aquel oscuro callejón del burdel disfrazado de restaurante del
cual era propietario ese repugnante sujeto.
-¡Vaya, vaya!… ¡Mira que tenemos aquí!- Lo odiaba. Era el ser viviente al
que más odiaba en todo el universo. Asco. Todo de él me provocaba náuseas. No
podía sentir nada más por ese hombre además de esas dos cosas. Se hizo a un lado
para permitirme el paso y cerró la puerta una vez que lo hice. –Qué cosa tan
maravillosa es la juventud, ¿no crees?… Quién diría que hace tan sólo un par de
días te tiramos en el callejón como un costal de huesos machacados.- Esa
maldita sonrisa que tantas veces había visto ya. -Supongo que has venido por tu
preciado juguetito… ¿me equivoco?- Metió la mano al bolsillo interior de su
carísimo saco de diseñador y sujetó mi teléfono justo frente a mi nariz.
-Si ya lo sabes, entonces dámelo y acabemos con esto rápido…- No me moví ni
un centímetro de donde estaba. Sí, lo miraba de un modo amenazante, lo estaba
retando con cada célula de mi ser, pero por dentro… estaba muriendo de miedo.
Como siempre.
-¿Por qué la prisa, hermanito? ¿Acaso no te gusta pasar tiempo con la
familia?- Me rodeó los hombros con su brazo, oprimiendo mi hombro con fuerza para
que lo siguiera por el pasillo hasta su despacho, con demasiada fuerza. Fácil
era veinte centímetros más alto que yo y a diferencia de mi delgado cuerpo, el
suyo parecía el de una bestia de carga curtida por los años de trabajos forzados.
-¿Quieres algo de beber?- Me extendió un vaso con lo que parecía ser whisky. -Ah…
perdón, me olvidaba de que los niños no beben alcohol… ¿leche tibia?- Esa
asquerosa sonrisa de medio lado que siempre me mostraba cuando estábamos a
solas jugando a la “familia feliz”. -¿O acaso quieres otra cosa?- Se relamió
los labios mirándome de pies a cabeza. Lo miré fijamente recitando mentalmente
todas las maldiciones soeces que conocía. -¡Con un demonio! ¡Odio que te veas
así!- Rodeó de nueva cuenta su escritorio de caoba dando grandes zancadas hasta
regresar a donde yo estaba de pie. –Me haces perder el control, Tatsuya…-
Acarició mi cabello desde la nuca y deslizó su mano hasta mi barbilla para obligarme
a levantar la cabeza y hacer que lo mirara a los ojos. -¿Cómo puedes hacerme
esto? Eres mi adorable hermanito…- Ahí estaba de nueva cuenta, mirando con esa
repugnante expresión lujuriosa mis labios a medida que su dedo pulgar se
paseaba a su antojo sobre ellos. La furia en mi interior se intensificó, y como
siempre pasaba en este tipo de situaciones, lo miré de tal forma, que carraspeó
para aclararse la garganta y me apartó el rostro con brusquedad retrocediendo
hasta la silla de respaldo alto que estaba detrás del escritorio. -¿Y bien?...
¿Cambiaste de opinión con respecto a lo que te pedí la última vez que nos vimos?-
Silencio. No había necesidad de que le respondiera. Mi respuesta seguiría
siendo la misma y él lo sabía. -No me irás a decir que sí eres lo bastante
estúpido como para haber vuelto aquí si tu respuesta sigue siendo un “no”, ¿o sí?-
Apreté los dientes. Estaba enojado, quería golpearlo, romperme cada hueso de
las manos moliéndole a golpes la cara… pero sabía que nunca había sido ni sería
rival para él y eso me aterraba, porque el resultado de intentarlo siempre
había sido el mismo. -¿En serio? ¿Regresaste sólo por este estúpido aparato?-
Lo sostuvo con desprecio frente a sus ojos. -¿Te importa más el poder estar en
contacto con Miyuki a través de esta cosa que tu propia seguridad?-
-¡Por supuesto que sí!- Estaba en problemas, esa mirada suya me lo gritaba.
-Mmm… ya veo… si así es como quieres que sean las cosas… de acuerdo.- Lanzó
mi celular directo a mis pies. Me quedé inmóvil un momento. Debía pensar
rápidamente mis movimientos antes de salir de ahí si es que quería salir en una
pieza. Me agaché a recoger mi teléfono y lo guardé en el bolsillo de mi
chamarra. Aparté por solo un breve instante mis ojos de él. –Tan ingenuo como
siempre…- Para cuando lo dijo ya había sido demasiado tarde, el primer golpe ya
me había dejado sofocado en cuatro contra la alfombra dando grandes bocanadas de aire para intentar recuperar el ritmo de mi respiración. –Niño estúpido y
egoísta…- Se acuclilló frente a mí y me agarró del cabello levantándome hacia
arriba la cabeza hasta dejarla a la altura de su rostro. Podía percibir el sabor
del whisky como si yo me lo hubiera bebido. -¡Miyuki es mía!...- Me dio un
cabezazo en la nariz que me obligó a cerrar los ojos completamente mareado. -¡Será tu hermana pero es mi esposa!- Un
puñetazo. -¡Y un mocoso como tú no tiene ningún derecho de hacerse el héroe y
esconderla de mí!- Otro puñetazo. Y otro… y otro más. Me soltó. No pude ni
siquiera pensar en meter las manos, era inútil, caí como un muñeco. No
podía respirar con normalidad, algo líquido me obstruía la garganta pero no tuve ni tiempo de toser o vomitar. Permanecí inmóvil en el suelo encogido sobre mí mismo, intentando protegerme de sus patadas.
-¡Si no estás dispuesto a devolvérmela, entonces ocupa su lugar!- Sentí el peso
de su cuerpo sobre el mío y sus enormes manos tratando de deshacerse de mi ropa
sin mucho éxito debido a la posición en la que me encontraba pero haciéndome
daño en varias partes en el proceso. - ¡Deja de resistirte! ¡Yo sé que lo
deseas! ¡¿Crees que no me daba cuenta de cómo me provocabas?! ¡¿De que siempre
estabas mirándome de ese modo?!- Se irguió sobre sus rodillas para sacarse de
encima el saco y la corbata.
-¡ESTÁS LOCO! ¡¡¡Siempre me has dado ASCO!!! ¡¡¡TE ODIO!!!- Aproveché el momento para
golpearlo con todas mis fuerzas en la entrepierna, se dobló del dolor y me
arrastré lejos de él intentando ponerme de pie. Cosa que logré con dificultades
después de varios intentos fallidos debido a la estúpida desesperación que me invadía en ese momento. Apenas si lo conseguí, empecé a toser escupiendo
la sangre que aún quedaba en mi garganta y el espasmo me obligó a sujetarme del
mueble que estaba cerca de la puerta. Un segundo que me costó realmente caro.
Lo siguiente que supe fue que me había agarrado por la nuca y me estrelló el
rostro de lado contra el muro dejándome en esa posición en la que me era
difícil moverme porque mis pies apenas tocaban el suelo lo suficiente para
mantenerme de pie por mi propia cuenta. No podía enfocar bien debido al golpe.
Mis manos trataban de estabilizarme en esa posición al tiempo que se revolvían
frenéticas sobre la superficie en busca de algo con lo que pudiera defenderme
mientras él desabrochaba mis pantalones con su mano libre. El terror se apoderó
de mí por primera vez en toda mi vida. Esto no podía estarme pasando. Mis dedos
habían dado con algo metálico y delgado que después de un gran esfuerzo pude
sujetar. Aproveché que me soltaba, al parecer para deshacerse de sus propios
pantalones, y me giré alcanzando su rostro con el objeto que aferraba con todas
mis fuerzas en la mano derecha. Un grito colérico de dolor. Estaba libre. Corrí
hacia el pasillo en busca de la salida. Pero nunca esperé que su gorila
estuviera justo afuera de la oficina. Esa mueca burlona destruyó todas mis
esperanzas cuando me vio en el suelo después de que rebotara contra su pecho como un insecto insignificante.
-¿A dónde vamos con tanta prisa?- Intenté recuperar la compostura y
atacarle también, pero había sido inútil. Con una facilidad ridícula detuvo mi
mano y me aplicó una llave que me dejó inmovilizado nuevamente contra el suelo
con su rodilla clavándose dolorosamente en mi espalda.
-¡¡INFELIZ!! ¿Te has atrevido a desfigurarme el rostro? ¡Me has rajado la
cara como si fuera un maldito animal en matadero!- Cerré los ojos. Si iba a
morir, al menos estaba feliz de saber que mi vida no se habría apagado en vano.
Mi hermana y el bebé que llevaba en su vientre estarían a salvo. Él jamás
podría encontrarlos. En mi celular no había absolutamente ningún número
guardado, no había registros de llamadas ni mensajes de texto. Estaba en
blanco. Sólo yo conocía el número de Miyuki de memoria, y ella sabía que sólo
debía responder el teléfono si la llamada provenía desde mi número y si no la
llamaba, ella nunca, por ningún motivo debía intentar ponerse en contacto
conmigo, pues si no lo hacía cada día a la misma hora, era porque ellos seguramente
me habían atrapado y algo malo me había pasado. Miyuki… de seguro debía estar
muerta de angustia después de que no la llamase en los últimos días. No
importaba, con tal de que estuvieran a salvo, no me importaba sacrificar mi
propia vida. Odiaba saber que yo sería el causante de sus lágrimas, pero eso
era poco comparado con saber que podría tener una vida feliz lejos de todo el
infierno en el que terminamos metidos al morir nuestros padres en aquel trágico
accidente y que nuestras vidas pasaran a pertenecerle a ese asqueroso hombre
por una maldita deuda. Que ingenuos habíamos sido entonces al creer en su buena
fe. Toda la vida habíamos vivido creyendo la mentira que él nos había mostrado,
pensando que era alguien en quien podíamos confiar. Alguien que era como de
nuestra familia. Y todo ese tiempo, lo único que quiso fue quedarse con todo lo
que era de mi padre. -¡Esta te va a salir cara!... ¡Levántalo!- Me dejé hacer,
ya todo daba igual. Por primera vez desde que mis padres murieron, me sentí tan
pequeño y vulnerable. Si tan solo hubiera podido abrazar a Miyuki una última
vez. -Saca a todos del restaurante. Será imposible que no lo escuchen gritar
después de lo que voy a hacerle…- Tiró con ambas manos todo lo que estaba sobre
el escritorio y me arrebató el objeto que todavía aferraba entre mis dedos. Su
perro guardián desapareció de la habitación tan pronto como me tiró boca arriba
sobre el mueble con todo el afán de lastimarme. A lo lejos escuché su ronca voz
gritando indicaciones a los empleados para que desalojaran el local. Podía
darme una idea de lo que me pasaría a continuación, lo vi beberse de un trago el
vaso de whisky y remangarse la camisa deshaciéndose en el proceso del cinturón.
Traté de girarme para levantarme, pero todo me dolía horrores. –Sabes que odio la
idea de marcar tu hermoso cuerpo con algo que no sean mis caricias… pero ya que
no me dejas otra opción…- Trazó una línea sobre mi pecho siguiendo la costura
de los botones de mi camisa con el pequeño objeto que me quitó de las manos.
Ardía. Cerré los ojos. Si tan sólo lo hubiera dejado decirme lo que quería el
día que nos conocimos… Si tan sólo lo hubiera dejado acabar de decirme lo que
quería el día que lo golpeé… Su estúpida y brillante sonrisa llenó mis
pensamientos. Sonreí. De ese modo en que había querido corresponderle todas las
sonrisas desde el día en que lo conocí. -¿Sonríes? ¿Hasta un miserable como tú
sabe tener sentimientos humanos?... Lo odio…- Una intensa punzada de dolor
rompió mi hilo de pensamientos. Hasta entonces supe, cuando lo vi enterrado entre
mi mano y la superficie de madera, que aquel objeto con el que lo había atacado
no era otra cosa sino un abrecartas. –Sí… así me gustas más… con lágrimas en los ojos…
gritando de dolor…- Mi corazón latía como loco debido a la adrenalina. Mi mano…
mi sueño… mi música… su sonrisa… “…déjame ayudarte, no estás solo…” Esas
simples palabras me golpearon con tanta fuerza que hicieron eco dentro de mi
cabeza. Su boca se paseaba sin descaro sobre mi pecho desnudo lamiendo la
ligera herida que escocía bajo su tacto, subiendo poco a poco hasta mi cuello.
–No sólo te ves como una chica… incluso hueles como una de ellas… Apuesto que
incluso gimes igual de dulce…- Lamió mi oreja. La chispa del odio en mi
interior se avivó como nunca antes. -De haberlo sabido, nunca habría elegido a
tu hermana… Ella es tan inútil en la cama… Y en todos estos años ni siquiera ha
podido concebir un hijo mío…- Me tomó bruscamente de las mejillas y comenzó a
besarme de un modo tan salvaje que me hacía daño. Esta era mi oportunidad. La
única que tendría si es que quería salir de ahí con vida.
-A-ah, oniisan…- Gemí contra su oído al tiempo que pasaba mi brazo por su
nuca.
-¡Oh, sí, mi hermoso, Tatsuya!… Déjame escucharte…- Sus manos bajaron hacia
mis caderas buscando apresar mi trasero para abrirse paso entre mis piernas.
Era el momento. Me arranqué el abrecartas de la otra mano y lo apuñalé en el
cuello cerca de la clavícula. –¡Qué caraj…!- Se levantó de inmediato y se llevó
la mano a la herida. Su rostro se desencajó de terror al ver su propia
sangre. Lo pateé con todas mis fuerzas y cayó despatarrado contra la pared. Me
levanté y salí corriendo tan rápido como podía, aferrando mi mano herida y el
abrecartas contra mi pecho. Nadie iba a impedir que saliera de ahí para que
pudiera volver a ver su estúpida sonrisa en la escuela y que abrazara
nuevamente a mi hermana. Corrí… Corrí
como nunca antes había hecho. Corrí hasta que sentí que me iba a morir. Mis
piernas ya no podían dar más. No sabía hasta dónde había llegado. Sólo
escuchaba el bullicio de la gente a mi alrededor, probablemente estaba cerca de la estación del subterráneo. Me dejé caer de rodillas
junto a una jardinera afuera de una tienda que olía a galletas. Enterré el
abrecartas entre las plantas. Sin arma homicida no habría pruebas en mi contra…
ah tenía tanta hambre… Quería reír por mi propia estupidez, pero no tenía ni
siquiera fuerzas para eso. Ryo tenía razón… la estupidez sí era algo altamente
contagioso.
-Chico… ¿estás bien?... ¡Está herido!- Una voz amable. Una cálida mano en
mi rostro.
-¡Alguien llame a una ambulancia!... No te preocupes… vas a estar…- Otra
voz que no había escuchado nunca. Y luego, nada.
Abrí los ojos sin tener la más mínima idea de dónde estaba o qué día era.
Paredes blancas, un techo desconocido. ¿Estaba en el hospital? Sí, por el olor
que se respiraba, eso era lo más probable. Mi primer reflejo fue mirar cómo
estaba mi mano. No la sentía en absoluto. Un escalofrío me recorrió la espalda.
La herida no había sido tan grave como para que tuvieran que amputármela,
¿verdad? No, mi mano seguía en su lugar…. Entonces… ¿por qué no podía sentirla?
Un ataque de pánico se empezó a apoderar de mí.
-Buenos días… ¿Cómo te sientes?- Una mujer me hablaba dulcemente pero yo no
podía apartar los ojos de mi mano. -¿Te sientes mal? Estás muy pálido…-
-Mi mano…-
-¿Te duele? Eso sería bueno, porque quiere decir que no hubo daños en los
nervios…- ¿Qué? ¿Acaso…? Pasaron tantos pensamientos por mi cabeza en ese
momento. Ya no pude escuchar lo que aquella mujer decía. Ni siquiera supe en
qué momento salió y regresó a la habitación hasta que escuché una voz diferente
hablándome.
-Ueda-kun… escucha, necesito que entiendas un par de cosas en relación a la
cirugía que realizamos cuando te ingresaron al Hospital anoche…- Sí, podía
escuchar claramente todo lo que el hombre decía, pero no podía creerlo. Esto no
podía ser cierto.
Era un completo inútil. La peor persona. Había estado dispuesto a morir por
proteger a mi hermana pero… saber que tal vez jamás podría recuperar la
movilidad de mi mano derecha… que jamás podría volver a tocar el piano… yo…
sentía que eso era peor que la muerte. Otra operación en un par de días para
tratar de reconectar los nervios dañados, cuidados postoperatorios, terapia de
rehabilitación, un bajo porcentaje de recuperación. Todo sonaba como una cruel
burla del destino. Toda mi vida se había tornado nuevamente una pesadilla… una
de la cual parecía que nunca iba a despertar. Quería llorar, esto había sido
demasiado. Pero no podía, las lágrimas no estaban ahí. Me sentía como una vacía
cáscara de mí mismo. Salieron de la habitación dejándome a solas. Dormir.
Era lo único que deseaba. Despertar y estar en esa cálida cama dentro de ese
tirado apartamento de los suburbios, con una estúpida nota escrita a la carrera
y pegada en la tapa del tazón de una sopa que era demasiado buena para ser
hecha a mano. “Llámame cuando despiertes…” Suspiré. ¿Qué me había hecho ese chico
para que fuera lo único en lo que pudiera pensar cuando peor estaban las cosas?
–Ryo…- Susurré su nombre buscando algún consuelo. Quería verlo. Qué tonto era,
estaba claro que él no se aparecería por esa puerta por arte de magia sólo por
el hecho de que yo así lo deseara. La puerta se abrió lentamente. ¿Era broma?
Su sonrisa, esa con la que siempre lo veía haciendo el tonto a mi alrededor,
esa que tantas ganas tenía de volver a ver, estaba justo frente a mis ojos. No
pude evitarlo. Mis labios terminaron correspondiéndole el gesto por primera vez.
Si en verdad estaba soñando, no quería despertar nunca más. Era feliz. Por
primera vez en mucho tiempo, era realmente feliz. Sus ojos me miraban como si
no pudieran creer lo que estaban viendo, como si yo fuera un espejismo. Las lágrimas habían empezado a fluir a
través de mis mejillas. Su sonrisa dio paso a una cara de espanto y entró a
toda prisa.
-¿Ueda? ¿Estás bien? ¿Te duele algo?- Se aproximó torpemente hasta mi lado
y comenzó a examinarme la cara y los brazos en busca de la herida que me tenía
en ese estado.
-¡Idiota! Me lastimas…- Se detuvo.
-Lo siento…- Rió con esa cara de tonto que tanto echaba de menos y se frotó
la punta de la nariz con el dedo índice.
-¿Qué no sabes tocar a la puerta antes de entrar en la habitación de otra
persona? ¿O es que acaso tu inteligencia es tan poca que no sabes para qué
carajos sirven las puertas?- Lo miré como siempre. Parecía confundido. Luego
frunció el ceño. Estaba enojado.
-No, no lo sé… Soy idiota, ¿recuerdas?... así como cierta Princesa no sabe
el significado de la palabra “peligroso” cuando decide hacer visitas nocturnas
a los barrios yakuzas para recuperar un estúpido celular…- Ambos nos quedamos
callados. Sus palabras me habían dolido pero podía sentir en ellas su
preocupación. No podía enojarme realmente con él. Quería disculparme, pero no
sabía cómo. Probablemente él tampoco sabía qué decir. Tan sólo nos mirábamos
con cara de pocos amigos. -Bueno, bueno… debo disculparme contigo por ello, pero parece que tenía
razón… la estupidez sí se pega… ¡Estamos completamente contagiados! Ya me
aseguraré de golpear a Jin por ti cuando lo vea, él es la fuente de infección…-
Su risa tonta terminó por hacerme reír también. Esto era como un dejavú
ridículo. La preocupación desapareció de sus ojos cuando me vio riendo de ese
modo. Era la primera vez que reía desde hacía… ni siquiera podía recordarlo.
–Deberías reír más a menudo… te ves mucho más lindo así…- Me despeinó
cariñosamente y se levantó para salir de la habitación. ¿Acaso ya se iba? Me
sentí extraño, no pude seguirlo mirando. Me había sonrojado. -¿Te molesta si
vuelvo?-
-¿Eh?...- Levanté la mirada. ¿Había escuchado bien?
-¿Qué si te parece bien si regreso cuando salga de mi trabajo de medio
tiempo?- Me sonrió nuevamente. Una sonrisa que nunca le había visto antes.
-U-uhn…- Asentí torpemente devolviéndole la sonrisa con la misma ternura.
-¿Qué quieres que te traiga para cenar?-
-Sopa de la que me compraste aquel día…- Su carcajada llenó la habitación.
-¡Pero si ni siquiera te gustó! ¡No te la comiste! Y no era comida de
restaurante, YO la hice…-
-¡No estoy TAN contagiado para creer esa estupidez!...- Volvió a reír.
-Tienes razón… tu caso está peor que el mío… al menos yo admito que eres un
prodigio tocando el piano… pero tú no puedes reconocer mi talento culinario…
Todo un caso de Bakanishitis aguda…- Se fue riendo de lo más divertido, podía escuchar su risa escandalosa aún después de que cerrara la puerta. Yo ya no
podía reir. ¿En serio creía que yo era un prodigio? ¿Qué iba a hacer ahora? La
música era todo lo que tenía. Sin la música no era nada. Incluso él amaba al yo
que estaba unido a la música.
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