Título: Déjame llorar
Autor: Lilith
Pairing: Sakurai + Matsumoto
Fandom: Arashi
Tipo: One-shot
Género: Shonen-Ai, Angst, AU
To: Ariana que siempre me hace segunda con mis locuras Arashianas ^w^
Si alguien me hubiera dicho cuán doloroso sería amar de este modo, la verdad es que creo que nunca me hubiera enamorado de ti. Hasta ahora no tengo ningún recuerdo bonito a tu lado. Supongo que eso es porque tú nunca te diste cuenta de lo que yo sentía. Para ti sólo soy el chico nuevo que hace los recados, el mismo que ahora trabaja como asistente después de cuatro años de haber soportado tantas cosas dentro de esta maldita oficina. Pero para ti no soy nada más que éso. No soy el chico que creció contigo jugando en el parque. No soy al que despediste con lágrimas en los ojos cuando se mudó. No soy el que te buscó por todas partes hasta encontrarte. Ni soy el que acabó trabajando en la misma oficina que tú sólo para estar contigo. No. No soy más que alguien que trabaja para ti y a quien no recuerdas ni un poquito al final del día.
Y mientras mis días pasan uno a uno como una lenta tortura mirándote a la distancia, tú sólo te dedicas a regalar cada una de tus sonrisas a la persona que ocupa tu corazón. Y yo tenía que ser tan sólo un silencioso testigo de los besos, abrazos, miradas y caricias que le prodigabas cada día. Incapaz de decir cuánto me molestaba, sin poder gritar cuánto lo odiaba. Porque yo a tus ojos no era nada comparado con él. Tu vivías por cada segundo de su amor. Yo viía por cada efímera posibilidad de un amor imposible.
Mi vida tenía tanto sentido como poner una flor en un florero. Y por más que tratara de encontrarle un giro o una motivación a mi existir, tu imagen venía a mi mente como fragmentos de una vida que ni siquiera había vivido. Mi existencia era inútil. Yo era patético. Y tú... Tú eras feliz.
Si alguien me hubiera dicho cuán doloroso sería amar de este modo, la verdad es que creo que nunca me hubiera enamorado de ti. Toda mi vida ha estado marcada por la maldita palabra "adiós", una pequeña e inocente palabra que ha dejado a su paso las más profundas heridas dentro de mi corazón. Esas que nunca cicatrizan. Esas que cuando parecen poder sanar, son reabiertas con mayor dolor. Esas que me seguirán torturando por el resto de mi vida.
Primero el mejor amigo que tuve... Aunque éramos muy niños, ese adiós se convirtió en mi primer corazón roto. Dolía tanto y era tan díficil de aceptar para un niño de doce años, que mi mente prefirió olvidar, en un desesperado intento por evitar que la tristeza me ahogara, cada cosa que lo hacía ser él dentro de mis recuerdos. Pero aún cuando había olvidado su rostro, su voz, el sonido de su risa, yo seguía recordando a mi mejor amigo y, tal vez, al que fue mi primer amor. ¿Había sido debido a ese profundo sentimiento que mi corazón se había roto en mil pedazos cuando lo vi partir?
Y después de ese dulce chico, cuyo nombre ni siquiera podía recordar por mucho que lo intentara, llegó a mí una nueva esperanza. Lo conocí durante la preparatoria. Ni siquiera imaginé que nuestros caminos pudiesen cruzarse. Él era todo lo opuesto a mí: malo en los estudios aún a pesar de que era muy listo, extrovertido, egoísta, caprichoso, distante con lo que no le importaba, demasiado dulce y entregado cuando algo o alguien lo améritaba, educado en una familia de bajos recursos, siempre absorto en sus mangas y juegos de video. Y aún así, se volvió mi mundo entero durante los casi tres años que lo amé con todo el corazón. Mi pequeño príncipe sin corona. Al final una maldita enfermedad me arrebató para siempre su infantirl sonrisa y su mirada traviesa.
Seguí mi vida siendo poco más que una cáscara vacía. Viviendo tan sólo porque no tenía las agallas suficientes para seguirlo después de la muerte. No podía hacer algo así, podía arruinar la vida de mi familia, la carrera política de mi padre... Pero entonces, los extraños sueños que tenía desde niño volvieron a mi mente: no podía verle el rostro debido a la posición del sol, pero su aroma, su voz me eran tan familiares que toda mi angustia y mis miedos desaparecían en el instante en que me tomaba entre sus brazos y borraba mis lágrimas con el más dulce de los besos. Y aparecieron él y su tierna e inocente forma de ser y fue como si los rayos del sol atravesaran las nubes negras. Mi mundo se llenó nuevamente de luz y color. Aquellos sueños continuaron, pero estaba seguro de que era él el dueño de aquella sonrisa que inundaba mi alma de paz. Todo en mi vida era perfecto ahora.
El despertador marcaba las siete en punto. Como cada mañana, tomé un baño, me puse el traje, desayuné y salí de casa a las ocho rumbo a la estación del metro. Diez minutos antes de las nueve ya había llegado a la oficina y me encontraba detrás de mi escritorio revisando todos mis pendientes para el día de hoy. Y como cada mañana, a las nueve en punto pasabas junto a mí para ir a tu oficina. Esa sonrisa tuya hacía que cada minuto del día valiera la pena y me daba ánimos para vivir veinticuatro horas más compartiendo este mundo contigo.
Aquella mañana me dirigí a la oficina como siempre. Estaba tan emocionado. Tal vez para el resto del mundo era un día más, pero para mí era un día por demás especial. Después de su cumpleaños, nuestro aniversario era la fecha más esperada del año para mí. Y hoy precisamente, se cumplían tres años de vivir mi vida con él. Todo estaba listo. Lo había estado planeando cuidadosamente desde la semana pasada para que fuese perfecto. Amaba la carita que ponía cuando le tenía una sorpresa. Y aunque había contemplado esa sonrisa fascinada muchas veces, lo cierto es que nunca me cansaría de sorprenderlo.
¿Acaso tu desbordante felicidad se debía a que habíamos conseguido el proyecto para la campaña de la NHK? ¿O se debía a algo o a alguien más? Bueno, la verdad es que eso realmente no me importaba mucho. Estabas feliz y eso era lo único que me importaba. Tu felicidad era mi felicidad. Siempre lo había sido, sin importar cuán lejos o cuán cerca estuvieras.
¿Podía mi día ser más perfecto? No. ¿Podía mi vida ser más perfecta? Por si no fuera suficiente que estuviera a mi lado y que el trabajo fuera de maravilla, que mi familia viviera prosperamente y que por fin había encontrado la casa de nuestros sueños, hoy me habían dado la increíble noticia de que el proyecto televisivo más importante del año era nuestro. Ya estaba contando cada minuto para que llegara la hora de la comida y correr a estrecharlo entre mis brazos y besarlo hasta que el aire abandonara mi cuerpo.
Si bien lo odiaba con toda el alma, le agradecía el estar a tu lado. Aunque me doliera, estaba consciente de que él representaba tu mayor felicidad. Así que, a pesar de que no me lo propusiera, me preocupaba que siendo casi la una, todavía no se hubiera aparecido por la oficina paseando sus estúpidas plantitas para regarlas y ponerlas un rato bajo los rayos del sol en la terraza. No. Lo cierto es que ese chico, aún a pesar de ser tan torpe e infantil, era tan amable y atento que no podía odiarlo. Era una de esas personas que son tan buenas e inocentes que sientes que debes protegerlas y que, por lo mismo, se merecen toda la felicidad del mundo. En el fondo me alegraba de que tuvieras a alguien así amándote y cuidando de ti.
No me preocupaba que le hubiera pasado algo, después de todo, lo raro sería que no le pasase algo a lo largo del día; pero lo que sí me preocupaba era que no respondiera el teléfono. La hora de la comida había terminado hacía rato y seguía sin aparecer. Esperar. Eso era lo único que podía hacer en ese momento. Esperar que hubiera comido. Esperar que me llamara. Esperar que volviera.
Odiaba verto tan angustiado. Era evidente que lo llamabas a él. Tras no recibir respuesta y que nadie supiera nada de él, te habías puesto a hacer zanja de lado a lado de tu oficina con el celular en la mano. Moría por abrazarte. Decirte que todo estaría bien. Tranquilizarte. Pero no tenía derecho a hacerlo. Sólo podía contemplar tu silueta yendo y viniendo a través del cristal, y suplicar en silencio que terminara tu sufrimiento.
Estaba a punto de volverme loco y salir a buscarlo por todas partes cuando me informaron que ya había llegado mi cita de las cuatro, así que mi plan de detective privado tendría que esperar. De algún modo tenía el presentimiento de que no le había sucedido nada malo, como dicen: las malas noticias vuelan rápido. Además de ser un buen novio, tenía que ser un buen Director, así que dejé dentro de mi oficina mis miedos e inseguridades y me dirigí a la Sala de Juntas.
Como mi jefe inmediato también se había ido contigo a ver a los representantes de la NHK, me quedé a cargo de la oficina general. No era la primera vez que como asistente de tu mano derecha me tocaba tener este tipo de responsabilidad. Un mensajero había venido a traerte algo: ese sobre me pareció un regalo del cielo y ya que lo había recibido yo, pues estaba marcado como correspondencia de entrega inmediata, tendría que dártelo personalmente.
Una vez que se retiraron los inversionistas y los representantes de la televisora, regresé de inmediato a la oficina para ver si por fin había noticias tuyas. La mayoría de los empleados ya se habían ido pues pasaban de las seis de la tarde. Las únicas luces que seguían encendidas eras las de la estación de trabajo del equipo de Arte Creativo, pero dado que el Director del departamente venía caminando a mi lado hablándome sobre todas las ideas que se le habían ocurrido durante la reunión, me pregunté quién podría seguir en mi oficina.
Era difícil no voltearlos a ver cuando estaban juntos. Tú tan elegante y atractivo con tu traje de diseñador y esa sonrisa que provocaba infartos y mi Jefe, quien aún a pesar de su introvertida personalidad poseía el encanto característico de los genios creativos y que aún cuando no solía ser la persona más conversadora del planeta, siempre era interesante escuchar lo que tenía que decir. Para mí era un orgullo como fotógrafo ser el asistente de un Artista tan reconocido como él. Ambos me saludaron preguntando qué hacía en el edificio a esa hora, por lo que me apresuré en entregarte el sobre que te habían enviado.
Ahí esta el "Chico nuevo", el sobrenombre se le había quedado más por costumbre que otra cosa pues hacía ya cuatro años que trabajaba con nosotros. Y no era que me desagradara, pero la habitual tristeza que reflejaban sus ojos aún a pesar de su radiante sonrisa hacía que me deprimiera, me era difícil creer que hubiera alguien con heridas tan dolorosas como las mías y más siendo más joven que yo. Se me acercó tímidamente saludando a mi mejor amigo y colega y me entegó un sobre sin remitente. Los dos se despidieron de mí. Uno partió enseguida, seguramente para encerrarse en su estudio y llegar mañana a primera hora con un montón de bocetos y propuestas gráficas para el proyecto. El otro rumbo a su escritorio para recoger sus cosas e irse. En cuanto cerró la puerta tras despedirse de mí con un gesto educado, abrí el sobre. Con tan sólo desdoblar las hojas que estaban dentro, supe que la había envíado él, reconocí su letra al instante. Mi mundo acababa de ser destruido en mil pedazos. ¿Al menos había venido personalmente a entregar este maldito trozo de papel con el que había decidido terminar nuestra relación para volver a Kansai y estar con su mejor amigo de toda la vida? Salí corriendo con la esperanza de alcanzar al chico nuevo y preguntárselo.
¿Hacía cuánto que no veía un atardecer tan bonito? La verdad es que no recuerdo cuándo fue la última vez que me detuve a mirar el cielo. Antes solía hacerlo todo el tiempo a través de la lente de mi cámara... mi cámara. Como siempre, estaba dentro de mi mochila. Había algo en los colores de este ocaso que me resultaban familiares. Saqué la cámara y volvía acomodarme la mochila a la espalda. Sí. Creo que el día en que nos despedímos prometiendo que algún día nos volveríamos a ver, el cielo era de este mismo anaranjado intenso con bellos destellos rosas y púrpuras y nubes doradas. Sólo un click y mi pasado y mi presente se fusionaron congelados en el tiempo. No podía dejar de contemplar aquella imagen. El viento soplaba suavemente revolviendo mi cabello. Me quité los anteojos y los guardé en el bolsillo de mi camisa después de tomar un par más de fotografías. De algún modo volvía a sentirme yo mismo. Dejé la cámara colgando sobre mi costado. Sonreía. Por primera vez en mucho tiempo sonreía sinceramente, tan sólo porque me nacía y no porque tuviera que hacerlo. Era una sensación agradable. Si tan sólo estuvieras aquí. Si tan sólo pudieras ver ésto conmigo. ¿Recordarías el ayer? ¿Me recordarías a mí?
Ahí estaba, de pie en la explanada que estaba cerca de la empresa, contemplando el cielo. Levanté la vista un instante para ver lo que miraba. El cielo era simplemente hermoso. Disminuí un poco el paso para recuperar el aliento después de haber corrido. Su carta estaba arrugada por sujetarle con fuerza entre mis dedos. ¿Estaba sonriendo? ¿Con que ésta era su verdadera sonrisa? De pronto, como si me golpeara con fuerza, vino a mí mente aquel sueño recurrente de mi infancia. Quería llamarlo. Ya no podía correr, mis piernas se sentían como de gelatina. Quería hablarle, asegurarme de que sólo era una coincidencia lo que veían mis ojos, pero no pude. No recordaba su nombre. ¿Cómo podía no recordarlo después de haberlo visto cada día durante los últimos cuatro años? ¿Por qué nunca antes me había dado cuenta de que jamás le hablaba por su nombre? Su perfil se desvaneció poco a poco debido a los rayos del sol que comenzaba a ocultarse por detrás de los altos edificios de oficinas que nos rodeaban. Mi corazón latía de un modo extraño. Casi como si temiera por algo. Temblaba. ¿El viento soplaba? Sí. Sacudía ligeramente las hojas de papel que seguían en mi mado. Un cúmulo de borrosas imágenes se desbordó dentro de mi cabeza. ¿Eran recuerdos fríos? No sentía que fueran parte de mis memorias pero al mismo tiempo era como si las hubiera mantenido guardadas por tanto tiempo que se hubiesen perdido en lo más profundo de mi corazón... ¿para no olvidarlas? ¿para alejar este dolor?... Quería llamarlo, pero mi voz se había ido a algún lugar lejano junto con la última brisa. Las lágrimas no me permitían verlo claramente. Nuevamente corría, pero mis pies ya no obedecían el mismo impulso que me había llevado hasta ahí.
-...Jun-kun?-
Tan sólo había sido un ligero susurro pero me hizo voltear enseguida. No tuve tiempo para prepararme mentalmente. Ni siquiera te vi venir. Tan sólo sentí tu cuerpo aferrándose casi con desesperación al mío. Como si con aquel abrazo pretendieras volvernos un solo ser. ¿Me habías llamado por mi nombre? Lo habías hecho, verdad? ¿Eso significaba que me recordabas? Estabas temblando ahogando tu llanto contra mi pecho. Mi cuerpo respondía al tuyo como si hubiera sido diseñado para ello. Te sentí tan frágil en ese momento que ni siquiera se me pasó por la mente el contenerme y no abrazarte también. Fuera cual fuera la razón, estabas aquí, entre mis brazos. Y por más breve que fuese, en este instante eras mío. Aquella agradable calidez que me recorría de pies a cabeza cuando estaba a tu lado volvió a invadir cada milímetro de mi ser. Todos mis recuerdos contigo pasaron frente a mis ojos justo como una pincelada color alegría confusa. Lo que no daría por hacer este momento eterno. Lo que no haría por devolverte la calma, por alejar esas lágrimas que zurcaban tu rostro y poner una sonrisa en tus labios.
-...Sho-chan... Volví...- Susurré debido al nudo que tenía en la garganta. Te estreché con fuerza. Tu respiración volvía a la normalidad poco a poco. -...sin importar el tiempo o la distancia volveríamos a estar juntos, te lo dije, lo recuerdas?... No iba a romper mi promesa...- Tu llanto desconsolado era ahora tan sólo el eco de los sollozos silenciosos que se te escapaban. Limpié el rastro que le habían dejado a tus mejillas las lágrimas con toda la ternura que había reprimido durante este tiempo. -Pasaron muchas cosas... Perdóname por no haber podido volver antes... Desearía que todo pudiera ser como era entonces...- Sabía que no debía. Tú ya tenías a alguien ahora. Pero no podía frenar todos los sentimientos que se habían desbordado tras escuchar tu voz y sentirte tan cerca de mi. Te besé. Mi primer beso. Ese que aguardaba por ti desde siempre.
Había vivido una ilusión. Todo este tiempo el amor verdadero había estado tan cerca y yo nunca me había percatado. Había amado un ideal en otro cuerpo. Todo este tiempo habían estado jugando conmigo y yo nunca me había dado cuenta de que sólo yo había dado amor. Todo tomó forma y sentido en el preciso segundo en que sus labios se perdieron en los míos. Hasta entonces entendí que nunca me habían besado con amor. Todo el vacío que había sentido hasta ahora dentro de mí desapareció en el momento justo en sus brazos aferraron con fuerza mi cuerpo en un gesto protector. Fue entonces que comprendí que cada una de las caricias que me habían dado eran fingidas. Leer de su puño y letra que sólo se había acercado a mí porque se lo habían ordenado, que todas las miradas y sonrisas sólo eran parte del plan del hombre para el que trabajaba y que se había propuesto acabar conmigo, me destrozó por dentro. Pero ahora nada de lo que había pasado tenía importancia. Entendí que todo el dolor que había sentido, cada adiós que había tenido que soportar, todo había sido para volver a estar con mi primer amor.
-No... no quiero que sea como antes... Quiero que sea mejor...-
-Eso significa que...-
-Que no es demasiado tarde para darnos una oportunidad...-
-Te amo!... Todo este tiempo te he amado sólo a ti...-
-Jun-kun...-
Volví a besar sus labios. Esta vez de un modo más profundo. Me correspondías. Podía sentirlo por la forma en que tímidamente te entregabas a mí. Estaba dispuesto a todo con tal de no perder este sentimiento. Si había podido vencer cada prueba del destino y mi amor no se había marchitado ni un poquito, ya nada ni nadie lograría acabar con él.
Nuevamente me besaba. Sus finas y largas manos acariciaban mi mejilla y mi espalda. Poco a poco fui perdiéndome en su aroma, cayendo sin remedio en ese sentimiento tan puro y sincero que era su amor. A pesar de todo, él había cumplido su promesa y aún cuando vio a alguien más conmigo al volver, siguió amándome y cuidando de mí a la distancia. Ahora era mi turno para darle mi amor y creo que por primera vez sería amado del mismo modo en que yo me entregaba. Quería pasar el resto de mi vida con este chico que me había amado toda su vida sin esperar nada de mí, sin saber realmente si podría volver a estar conmigo. Quería hacerlo feliz y poner en su rostro cada día esa sonrisa que brillaba más que el sol. Así que en ese momento sólo quise que me dejara llorar. Para sacar de mi cuerpo todo el dolo que me habían inflingido en el pasado y darle paso al hermoso futuro que había contemplado dentro de sus ojos.